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sábado, 18 de abril de 2015

Ser misionera

[Texto extraído de los escritos del Beato José Allamano]

Dios desde toda la eternidad ha pensado en ustedes. […] El os ha llamado al apostolado solo por su bondad. No tiene necesidad de nada ni de nadie. Os ha concedido a vosotros esta gracia, prefiriéndoos a otros que eran más dignos y que quiza hubieran correspondido mejor. ¿Y porqué a vosotros? Porque os ha llamado con un amor particular. La vocación misionera es para aquellos que aman mucho al Señor y desean hacerlo conocer, dispuestos a cualquier sacrificio. No se necesita nada más. Esta vocación es aquel acto de la providencia con la cual Dios elige algunos y les concede los dones convenientes para evangelizar las personas en países paganos. Cada sacerdote es por naturaleza un misionero. La vocación sacerdotal y la misionera no se distinguen esencialmente. No se exige, repito, más que un gran amor a Dios y una pasión por las almas. No todos podrán efectuar el deseo de ir a la misión, pero tal deseo debería ser el de todos los sacerdotes. El apostolado en tierras de misión está bajo esta mirada, el grado extraordinario del sacerdocio. [...] Ah, no, ¡No creamos que somos nosotros los que hacemos un acto de dignación hacia Dios , si respondemos a su llamado! Es El quien en cambio nos hace un gran don. Alguna vez vendrá la duda de no ser llamados al apostolado. Es una pena dolorosa que hace perecer muchas vocaciones o al menos hace disminuir el fervor para prepararse bien al apostolado. ¿Vosotros teneis esta vocación? Respondo que no es necesario haber tenido signos extraordinarios, ni siquiera se necesita pretenderlos. Aunque viniera un ángel del Cielo, podríamos siempre dudar que se trate de una ilusión. Es suficiente haber tenido algún signo especial, que pareciera casual y sin embargo estaba ordenado por Dios a la vocación: la lectura di un periódico o un libro misionero, un sermón sobre las misiones, el ejemplo de un compañero, la palabra del párroco o del confesor, quiza ciertas circunstancias de familia, etc. Estos signos bastan. Estos son la vida ordinaria de la cual Dios se sirve para despertar, en aquel que es elegido, la vocación misionera. [...] Fortunados vosotros, que habeis sentido la invitación de Dios y, asegurados por medio de la oración y de sabios consejos recibidos, con coraje os habeis separado de vuestro ambiente, de las comodidades de la vida, y superando juicios y motivos humanos, habeis entrado en el Instituto para prepararos a la misión [...] Si conocierais el gran don de Dios que os ha hecho llamándote en este Instituto misionero!

A este don seguirá un crecimiento de grandes gracias, que Jesús os hará desde el Tabernáculo, si sabreis apreciar y corresponder la vocación. [...] Pero ¿Vosotros perseverareis todos en la vocación recibida? No basta, por lo tanto ser llamados, no basta responder a la llamada, ni entrar en el Instituto y ni siquiera ir a la misión. No todos los llamados perseveran, porque no todos corresponden (a la vocación). Perseverar, no lo olvideis, es un deber, cuando hemos libremente aceptado un estado y a él nos hemos vinculado con promesas solemnes. Es un deber hacia Dios, al cual se ha hecho el voto, es un deber hacia nosotros mismos. Solamente quien perseverará hasta el fin, escuchará la invitación divina: «¡Ven siervo bueno y fiel!»