Muchas personas, aun habiendo recibido la gracia de la voación religiosa, prefieren permanecer en el mundo. Rechazar la vocación generalmente no constituye un pecado mortal, pero es cierto que se corre seriamente el riesgo de ir al infierno. ¿Porqué? La explicación la da San Alfonso Maria de Ligorio en su célebre escrito titulado “Avisos sobre la vocación religiosa”. Publico algunos extractos de este precioso escrito vocacional èon.
1. Cuánto importa seguir la vocación al estado religioso
Está fuera de duda que nuestra eterna salvación depende principalmente de la elección de estado. El Padre GRANADA decía que esta elección es "la rueda maestra de la vida". Y así como descompuesta la rueda maestra de un reloj queda todo el desconcertado, así también, respecto de nuestra salvación, si erramos en la elección de estado, "toda nuestra vida, dice SAN GREGORIO NACIANCENO, andará desarreglada y descompuesta".
Por consiguiente, si queremos salvarnos, menester es que, al tratar de elegir estado, sigamos las inspiraciones de Dios, porque solamente en aquel estado a que nos llama, recibiremos los necesarios auxilios para alcanzar la salvación eterna [...].
Fuerza es confesar que en esto de la vocación el mundo bien poco o nada entiende, y por esto muchos apenas se cuidan de abrazar aquel género de vida a que los llama el Señor; prefieren vivir en el estado que se han escogido, llevando por guía sus propios antojos, y así viven como viven, esto es: perdidamente, y a la postre se condenan.
Esto no obstante, de la elección de estado pende principalmente nuestra salvación eterna. A la vocación va unida la justificación, y de la justificación depende la glorificación, es decir: la eterna gloria; el que trastorne este orden y rompa esta cadena de salvación, se perderá. Trabajara mucho y se fatigará, pero en medio de sus fatigas y trabajos estará siempre oyendo aquella voz de SAN AGUSTÍN: “Corres bien, pero fuera de camino", es decir: fuera de la senda que el Señor te había trazado para llegar al término final de tu carrera [...].
Es que el llamamiento de Dios a vida más perfecta es una de las gracias mayores y más señaladas que puede conceder a un alma, por eso, con sobrada razón, se indigna contra el que las menosprecia.
Comenzará el castigo para el alma rebelde en este mundo, en el cual vivirá en perpetua turbación [...].
Muy difícilmente se salvará, quedando como queda un miembro fuera de su lugar, y con mucha dificultad podrá vivir bien [...].Célebre es el caso que refiere el P. LANCICIO. Estudiaba en el Colegio Romano un joven de claro talento. Al hacer los Santos Ejercicios, preguntó al confesor si era pecado no corresponder a la vocación religiosa. Respondióle el confesor que de suyo no era pecado mortal, porque el entrar en religión es de consejo y no de precepto; pero que de no seguir la voz de Dios se ponía en grave riesgo de condenarse eternamente, como aconteció a tantos otros que por esta causa se perdieron. El joven, con esta respuesta, se creyó dispensado de responder a la voz de Dios; se trasladó a la ciudad de Macerata a proseguir los estudios; poco a poco abandonó la oración y la comunión, acabando por entregarse a las más vergonzosas pasiones. Al salir una noche de la casa de una mujer infame, cayó herido de muerte por un rival suyo; a la noticia del caso acudieron algunos sacerdotes al lugar del suceso; ya era tarde: acababa de expirar a las puertas del colegio, queriendo dar a entender con esto el Señor que lo castigaba con muerte tan afrentosa por haber menospreciado su llamamiento.
Admirable es también el caso que refiere el P. PINAMONTI en su obrita La Vocación triunfante. Meditaba un novicio los medios que debía emplear para abandonar la vocación, cuando se le apareció Jesucristo sentado en trono de majestad, el cual, con rostro airado y ademán severo, mandaba que borrasen del libro de la vida el nombre del novicio infiel. El joven, en presencia de Jesucristo, quedó aterrado y determinó perseverar en la religión.
¡Cuantos ejemplos parecidos a éstos se leen en los libros! ¡A cuántos desventurados jóvenes veremos condenados en el día del juicio por no haber obedecido al divino llamamiento![…]Por tanto, cuando el Señor llama un alma a estado de mayor perfección, si no quiere arriesgar su eterna salvación, debe obedecer, y obedecer sin demora.
[…] Las luces que el Señor nos comunica son pasajeras y no permanentes; por esto nos aconseja SANTO TOMÁS que respondamos sin tardanza a los divinos llamamientos. Se pregunta en la Suma Teológica si es laudable entrar en religión sin pedir consejo a muchos y sin deliberar largamente, y responde afirmativamente, dando por razón que en los negocios de bondad dudosa es necesario el consejo y la madura deliberación; mas no en esto de la vocación, que es a todas luces bueno, puesto que el mismo Jesucristo lo aconseja en el Evangelio, pues de todos es sabido que la vida religiosa es la práctica de los consejos que nos dio el divino Maestro.
Es cosa sorprendente ver cómo las gentes del siglo, cuando una persona trata de entrar en religión y llevar vida más perfecta y libre de los peligros que se corren en el mundo, dicen que tales resoluciones hay que tomarlas muy despacio y con calma, y que no se deben llevar a la práctica hasta quedar plenamente convencido de que la vocación viene de Dios, y no del demonio. ¿Por que no piensan y hablan de la misma manera cuando se trata de aceptar una dignidad, un obispado, por ejemplo, donde hay tanto peligro de perderse? Entonces se callan y no dicen que se deben tomar las debidas precauciones para cerciorarse si la vocación viene o no de parte de Dios. Los santos en este punto son de muy contrario parecer. […]Por esto dice SAN JUAN CRISÓSTOMO que cuando el demonio es impotente para hacer abandonar a uno la resolución de consagrarse a Dios, se esfuerza por estorbarle que la lleve luego a la práctica, seguro de sacar no poco provecho cuando consigue que se prolongue la estancia en el mundo un solo día y hasta una sola hora[16]; porque confía que durante ese día y esa hora se le han de presentar nuevas ocasiones harto propicias para lograr mas largas dilaciones, y el alma, por su parte, cada vez más débil y menos asistida de la gracia divina, cede al fin a los impulsos del demonio y abandona la vocación. ¿Quién podrá decir las almas que han sido infieles a los divinos llamamientos por no haber respondido luego a la VOZ de Dios?
[…] Oigamos lo que dice SAN FRANCISCO DE SALES en sus obras acerca de la vocación religiosa; todo ello servirá para corroborar lo que vamos diciendo y lo que adelante diremos. "Señal de verdadera y buena vocación es sentirse alentado a seguirla en la parte superior del alma, aunque no se experimente algún gusto sensible. Por tanto, no debe creerse que no tiene verdadera vocación el alma que, aun antes de abandonar el mundo, ha dejado de sentir aquellos afectos sensibles que al principio experimentaba, y que en cambio siente tanto disgusto y frialdad, que le hacen vacilar, dándolo todo por perdido. Basta que la voluntad permanezca firme y dispuesta a seguir el divino llamamiento, y aun menos: basta que sienta alguna inclinación hacia la vida religiosa. Para saber si Dios llama a uno a la religión, no hay que esperar a que el mismo Dios le hable, o le envíe un ángel del cielo que le declare su voluntad. Tampoco es menester someter nuestra vocación a un examen de diez doctores para saber si debemos o no seguirla; lo que si importa mucho es corresponder y cultivar el primer movimiento de la inspiración divina, y luego, no turbarse ni desalentarse por los disgustos y frialdad que sobrevengan; obrando así, Dios se encargará de que redunde todo en su mayor gloria.» [...]
§. 2. Medios para custodiar la propia vocación.
El que desea obedecer fielmente a la voz de Dios debe determinarse, no solo seguirla, sino a seguirla sin demora y cuanto antes, si no quiere exponerse a grave riesgo de perder la vocación. Y si por circunstancias especiales se viere forzado a esperar, se esmerará por conservarla como la joya más preciosa que le hubieran confiado. Tres son los medios principales para custodiar la vocación: secreto, oración y recogimiento. [...]